top of page

La soledad del Suicida: una reflexión sociológica entre la censura y la tragedia

Por Jefferson Espitia

Estudiante de Sociología

En los inicios de la sociología hubo trabajos de investigación que ganaron fama en el terreno internacional de la ciencia. Poco a poco se fueron popularizando las investigaciones de Marx, Durkheim entre otros autores, sin embargo, para efectos de éste ensayo nos interesan solo estos dos autores. Aunque Marx, no escribiese un tratado o un libro sobre el tema que convoca este escrito, si lo hizo a modo de artículo de resonancia o discusión sobre los postulados de Jacques Peuchet. En Du suicide (Marx, 2012) traduce un artículo de Peuchet sobre el tema. Allí expone las miserias de la clase obrera francesa, las condiciones en las que vivían y los diversos motivos que conllevaron a las personas a matarse a sí mismos. Sin embargo, la discusión va más allá de la frontera de la clase obrera, pues, el suicidio no sólo lo cometen los obreros, sino que también lo cometen aquellos que disfrutan de la explotación de los otros. Las motivaciones que tenían los suicidas varían muy poco desde entonces. Dos aspectos a resaltar sobre la tabla de Suicidios de 1824 en Francia (Marx, 2012, pág. 96) son los siguientes: el primero es que aparece un número tentativas de suicidios, que suicidios.

Hoy son más los intentos de suicidio, que los mismos con un desenlace fatal. Y, el segundo apartado que resaltamos de la tabla que aparece allí es donde muestra enfermedades, depresión y debilidad del espíritu como motivos de suicidios. Estos aspectos de la vida siguen siendo parte del itinerario de la condición humana, de su cotidianidad. Por su parte, uno de los trabajos más citados y con más eco, incluso en el imaginario popular cuando se habla de suicidio, es, El suicidio (Durkehim, 2013) . Un trabajo de amplia recopilación de datos de suicidios de diferentes lugares de Europa, de los periodos de crisis, de una diferenciación de situaciones que envuelven la vida de los suicidas: si están casados o son solteros, si son hombres o mujeres, si son países protestantes o países  católicos; si es un suicidio altruista, anómico o egoísta; con ello va exponiendo las diferencias de los datos y las caracterizaciones de estos. Aunque, ambos trabajos son de gran riqueza intelectual, y aun cuando ambos autores distan en sus procesos de construcción intelectual, tanto teórica como metodológicamente, ambos confluyen en que el suicidio es externo, una fuerza externa que somete al individuo y “lo empuja hacia la libertad”. “El suicidio depende, más que de las cualidades congénitas de los individuos, de causas externas a ellos y que los dominan.” (Durkehim, 2013, pág. 150) Con ello se suprime el individuo, se vence su voluntad, y queda sometida a la dominación de las causas externas. Las visiones de estas investigaciones iniciales en sociología eran de carácter objetivas, unidireccionales, donde la voluntad de los individuos está limitada por los factores externos o por su condición de clase, es decir, por su estructura social. De allí, la importancia de comprender que hay unos factores externos que determinan la conducta de los individuos, pero, que esta a su vez, es determinada y determinante. Que las estructuras o la condición de clase, no determina de manera inquebrantable el rumbo de la experiencia de una vida. Esas experiencias son las que dan los detalles de qué motivaciones podría orientar los rumbos de la vida hacia la libertad fatal, hacia la tragedia social o hacia el más acá, es decir, el aquí y el ahora. Revisando el caso colombiano a 2018 preocupa que el mayor porcentaje de suicidios aparece catalogado como: razones desconocidas. 2) Creo que la cotidianidad de aquel que tiene ideaciones suicidas, como de aquellos que van fraguando su acto final en la complicidad del silencio son aquellos que hacen parte de esta porción de los suicidios sin razón aparente alguna.De allí que junto con la narración que aparece en Esa oscuridad visible (Styron, 2018) pensemos en la experiencia, en los detalles que pueden arrojar los individuos en interconexión con aquello que llamamos lo social, mientras viven su padecimiento silencioso. Styron narra su experiencia en sus memorias de la locura. En estas discierne acerca de lo difuso que puede llegar a ser el querer definir la depresión y de la infinidad de discursos sobre lo que es, pero poco sobre el quehacer frente a este padecimiento. Si uno da una revisión superficial sobre este tema, “a uno cuantos de los muchos libros que actualmente hay en el mercado encontrará información abundante en lo que respecta a la teoría y sintomatología y muy poco que sugiera con algún fundamento la posibilidad de un pronto auxilio” (Styron, 2018, pág. 30) , el auxilio que pide a gritos el suicida desde su silencio y su acto final –al decir de muchos de los defensores de la vida y promotores de la prevención del suicidio-.  De igual manera, cuando se hace una revisión superficial del suicidio, aparecen estudios desde la perspectiva de la suicidología u otros que tienen un enfoque de presentar la dinámica de las cifras, o tasas de suicidios anuales de determinado territorio, pero pocos enfocados a la experiencia individual. Y por lo regular estas discusiones quedan enclaustrada en los círculos del psicoanálisis, la psiquiatría, la medicina y la psicología.

Pensar la cotidianidad del suicida se presenta como un fantasear casi morboso, de imaginar los últimos días de aquel que se ha autoaniquilado y que no puede refutar aquello que se cree, fue el detonante de su acto final. Al igual que como aparece en Apuntes sobre el suicidio (Critchley, 2016), las personas sienten una atracción extraña cuando se habla sobre el suicidio, hablan [hasta] por los codos, casi siempre desde el juzgamiento de lo malo que hay en ese acto de levantar la mano sobre sí mismo o, desde la defensa de las causas que, “de haberlas reflexionado” aquel individuo no habría terminado en este deceso –a los ojos del otro- trágico. Lo valioso de la construcción narrativa en la literatura es crear mundos paralelos en donde el lector encuentra destellos de la realidad, y en ocasiones rayos de luz que iluminan la misma. Con, Fin de poema (Tallón, 2015) , podemos ser partícipes de un viaje constante entre cuatro ciudades: Boston, Buenos aires, Turín y San Cugat.

 

En cada una de estas ciudades vivimos los días junto un poeta (poetiza) que poco a poco va sumergiéndose en su plan final. Tallón va dibujando los últimos días antes del suicidio de cada uno de los personajes (qué, aunque reales los nombres y el suicidio de los mismos; la construcción narrativa de sus últimos días es fruto del ingenio literario del autor), Cesare Pavese, Anne Sexton, Gabriel Ferrater, Alejandra Pizarnik, son los personajes que encierran las cotidianidades donde poco a poco, la pérdida de la palabra y el silencio lo van llenando todo, y cada poeta se desmorona a su manera. Cada uno avanzando en sus cotidianidades, bastante diferenciadas, desde lugares remotos y lejanos a comparación de los otros lugares de los demás poetas ya mencionados. Sin embargo, con un final en común, con una decisión que les une. Aun cuando cada uno de ellos fuese aferrándose a esas cosas que le diesen sentido y significado a su experiencia, aun cuando luchasen contra aquello que les hacía sentir deseos de dejar la vida que sufrían, no soportaron el devenir de la miseria y la desdicha, pues, como se argumenta en uno de los relatos de Turín: “(…) Es mentira que uno se acostumbre al dolor.

 

Cada vez que uno entra en bancarrota emocional lo hace siempre por primera vez. No tiene costumbre. El dolor es constante pero nuevo. Por eso cada año cada minuto, sufre más.” (Tallón, 2015, pág. 46) En estos tiempos que corren, los individuos tienden a suprimir el dolor, y se procura una eternización del placer y de la felicidad. No se acepta el dolor, se repele, aunque ello sea como caer en un espejismo mental. Y cuando se vuelve al desierto de la realidad, aparece la frustración y con ella, la depresión. El suicidio cada vez que aparece en el panorama de la cotidianidad, la torna incómoda y el ambiente se pone tenso. Tal como lo escribe Enrique C. “Cuando toca suicidio, desciende el eufemismo; «fue encontrado muerto», «llevaba días sin dar señales de vida», «las razones de su fallecimiento aún se desconocen». Incluso el presentador, lidia con la noticia adoptando un gesto incómodo. Él tampoco quiere hablar de ello. Como todos, tampoco quiere padecerlo y mucho menos hacerlo. Como todos, a menudo otorga al suicidio carácter de enfermedad contagiosa.” (Campos, 2017) Desde los eufemismos, hasta el ocultamiento con otras noticias, más alegres o entusiastas, se torna trágico el fenómeno del suicidio. Pues, tal como Edipo, el tirano, omite su realidad y su destino fatal, hasta que el día de su fenecer trágico llega. Así mismo ocurre con el suicidio, relegado, y omitido en muchas ocasiones por el miedo al efecto imitación o a lo que en literatura se llama “el efecto Werther”.

En el siglo XXI, siguiendo a Byung Chul han, encontramos que lo patológico es el exceso de positividad, tal como lo plantea él mismo: “la violencia de la positividad no es privativa, sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva […]  Tanto la depresión como el TDAH o el SDO indican un exceso de positividad” (Han, La sociedad del cansacio , 2019) La supresión de lo doloroso y lo trágico de la experiencia, es la representación del mal de nuestro tiempo, sufrimos de ceguera moral (Zygmunt & Leonidas, 2016) frente a la tragedia de los otros y sufrimos a su vez la tragedia propia, y cuando esto sucede queremos que sea reconocida… nada más lejano del egocentrismo.

 

Las noticias sobre los aspectos positivos de la sociedad se superponen sobre las cifras alarmantes de los suicidios; se dice que, “se es un país próspero”, “una región que progresa hacia el futuro”, “o que se es una ciudad con grandes avances sociales”, y se soslaya, se deja al margen la tragedia social, pues frente a ella omitimos esa parte de la realidad y preferimos mirar hacia otro lado. Y es que, “La tragedia pone el acento en el sufrimiento, que padecemos tanto nosotros como los demás y en cómo podemos ser conscientes del mismo y hacernos cargo de él” (Critchley), La tragedia, los griegos y nosotros, 2020) Hoy, lo que propuso Sócrates se quiere realizar (aunque sea discursivamente, pues en la práctica es cuando menos difícil que suceda) no sólo en la educación sino en la vida misma, pues, “(…) son precisamente las emociones del dolor y de la lamentación las que Sócrates quiere excluir de la educación y de la vida del filósofo y sobre todo de la ciudad filosóficamente bien ordenada, del régimen o politeia descrito por Platón en la República” (Critchley, La tragedia, los griegos y nosotros, 2020, pág. 22) No lejos de esta Utopía, está el deseo de negar el dolor, tal como aparece en los planteamientos del libro la sociedad paliativa (Han, 2021) . En estos ensayos se reflexiona sobre el dolor de estos tiempos, y la forma en cómo se niega este mismo.

Lo paradójico de estos tiempos está en que, frente al suicidio, los discursos giran en torno a la soledad del suicida, reclamándole a aquel que se encuentra en periodo de crisis que busque ayuda, y no se desvíe hacia los caminos brumosos de las ideaciones suicidas; se argumenta que debe buscar compañía, “alguien con quien hablar”, “buscar ayuda psicológica”, pues, desde la lógica de los defensores de la vida –en cualquier condición que se viva la misma- todo problema tiene solución. Y, por otro lado, a su vez, se pregona la autoexplotación, disfrazada de emprendimiento, de resiliencia. Valores que agudizan la individualización, promoviendo la competencia sin reparos morales ni éticos

Al igual que Henri Roorda, “me figuro la cara que pondrían los ricos si los pobres adoptaran la costumbre de suicidarse para abreviar su triste y gris existencia. Con toda seguridad dirían que es inmoral” (Roorda, 2014) ¿A quién explotarían? El pobre debe ser luchador, resistir, pensar positivamente, ser un soñador, salir adelante, así ello signifique consumir sueños prefabricados, prolongar la desdicha y la miseria etc. No es pues mi intención hacer apología del suicidio como la salida del pobre a su cotidianidad envuelta de miseria. 

La muerte voluntaria debe expresar el deseo de morir como una posibilidad, no como una obligación para dejar de padecer la desdicha, la miseria, el hastío de vivir en los ritmos frenéticos de una sociedad caótica, donde la depresión es causada socialmente, en donde la desesperación de un posible desahucio, la tristeza causada por el abandono, y un sinfín de posibles razones que se dan más acá del suicidio no sean las únicas motivaciones del suicida. Contra David Hume y Stig Dagerman, entre otros, el suicidio también debe ser la posibilidad del dichoso, de aquel que le es soportable la carga del vivir. Ahí habría elección, allí habría expresión de la voluntad en su expresión más cómoda, de decidir levantar la mano sobre sí mismo, decidiendo sobre su vida, desde la tranquilidad y no desde la desesperación. Que la experiencia de los individuos sea dichosa y esta pueda darle a elegir entre la vida y el suicidio. 

bottom of page